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El día que comimos colores

  • Foto del escritor: enabaro
    enabaro
  • 19 sept 2016
  • 5 Min. de lectura

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Y aquí estamos, de nuevo sin saber cómo, a mitad de un estimulante salón multicolor lleno de arte, libros y esculturas que saturan tus sentidos de creatividad... y de unas extrañas ganas de lamer las paredes. A donde miras no ves más que el ingenio de una artista que reinventó el mundo alrededor de su peculiar manera de ver las cosas y que a base de un sutil espíritu rebelde consiguió crear un estilo de vida que lleva su nombre tan pegado al hueso que hasta tuvieron que darle un verbo: "Agathizar". Ahora sonríe mientras algunos locos felices como nosotros, nos paseamos por los rincones de lo que su imaginación y su amor al trabajo convirtieron en una tendencia que sin duda te cambia el humor y nos da espacio para pensar en porque m¡&#@ nos empeñamos en ser normales antes que ser felices. Bienvenidos a un almuerzo en casa de Agatha Ruiz de la Prada con EFECTOGEMELO.

Aterrizamos en Madrid al inicio de la tarde, con un hambre descomunal y una sonrisa perpetua que hacia juego con la cara de tontos que teníamos antes de llegar y que es normal en quienes visitan por primera vez el origen de sus emociones. Nos tomamos un taxi a la dirección indicada pues allí nos veríamos con Tristán (hijo de Agatha, quien además dirige desde hace poco, junto a su hermana Cósima, el imperio de corazones de su madre). Muy a nuestro pesar Agatha estaba en New York por un desfile y no podría asistir al almuerzo; y se suponía que nos acompañaría su esposo Pedro J. Ramírez, un icono del periodismo mundial, pero como llegamos tarde porque el vuelo se retrasó Pedro J. no pudo esperarnos. Honestamente muy dentro sentimos un alivio jaja, porque si asistía sería brutalmente notorio que en nuestras cabezas hay un maní bipolar que baila vestido de Borat. ¿De qué hablarías con un tipo como él? jaja... Pues al final, nos fuimos a casa con Tristán y Macarena, Asesora Legal del estudio ARP, compañía más que suficiente para pasar un buen rato; aunque no está de más decir que hubiese sido genial haber compartido mesa con estos dos grandes personajes de la historia moderna.

Hicimos una pequeña caminata del estudio a su casa, conversando de todo un poco, respirando aire fresco madrileño por una hermosa vereda llamada Castellana, llena de árboles inmensos, pequeños cafés y un estupendo sol que sorpresivamente se marcha pasadas las 9:00 pm (lo que nos hizo flipar). Subimos al departamento en un ascensor de esos antiguos como los del Titanic y llegamos a la puerta. Ni bien se abre te dejas llevar por el diseño y el estilo característico de Agatha Ruiz de la Prada. Te sorprendería la elegancia con la todo está decorado aun llevando colores (suponemos que Pedro J. también tuvo algo que ver). Quizás ella descubrió que el estilo no carece de alegría por muy elegante que sea.

Lo primero que notas es la gran extensión de piso azul de madera, el olor a libros, el espacio que se ha dejado para el arte, esculturas y cuadros, los colores por doquier y ese aparador de madera en el salón que debe tener siglos. Ni bien entramos nos ofrecieron una ducha... jajaja... y ahora que lo pienso que estúpidos fuimos de no haber aceptado porque moríamos de ganas de ver qué carajo había en ese baño... ¡quizás el agua salía de colores! Pero en fin, tradicionalmente, no nos duchamos.

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Pasamos a la mesa, esa misma que habíamos visto en televisión hace un par de semanas, y todos comenzamos a ponernos cómodos (cosa que no es difícil pues el ambiente era bastante genial y nosotros algo fáciles para romper el hielo). Dado nuestra evidente y muy conocida falta de finura al comer, nos preparábamos para hacer un gran intento por no parecer dos cavernícolas devorando un bisonte... ¡Imposible!, el intento fallido de modales se esfumó ni bien iban desfilando por la mesa una estupenda ensalada y un fragante plato de pasta con gambas que nos dilató las pupilas... ¡más vino por favor jaja!

El almuerzo transcurrió entre una amena conversación de rimbombantes tópicos variados y algunas risas. A medida que avanzamos con la comida se empezó también a hacer evidente nuestra alergia a las gambas... siempre la hemos tenido pero nunca ha sido grave y usualmente pensamos en que la mejor manera de hacer frente a nuestras debilidades y miedos es saturándonos de ellos hasta que desaparezcan (no estamos locos, nuestra madre nos hizo testear)... en fin: voz ronca, hormigueo en la boca, se te cierra la garganta... lo básico, no moriríamos en el lugar pero serviría para hacer un par de bromas; además ni locos íbamos a dejar de comer porque veníamos con hambre y la comida estaba para morirse (no de un shock anafiláctico por supuesto). Pues en fin, al todos enterarse del tema de las gambas entró un poco el pánico y se veían la caras con una expresión de "vaya suerte la nuestra, invitamos a estos dos a comer y los envenenamos" jaja... hicimos un par de muecas de asfixia solo por diversión pero luego les calmamos… no era grave, con un poco de agua y una caminata de aire fresco ya pasaba todo. Aun así nos comimos dos platos mientras nos preguntábamos si esto fue Karma por haber venido con una manga larga negro a la casa de Agatha jajaja...!!!

Pasado el plato fuerte era la hora del postre, y que sensación tan magnífica cuando vemos salir por la puerta de la cocina un divertidísima ensalada de frutas ¡con la sandía cortada en forma de corazón!... nos invadió la alegría (ahora entendemos porque a los niños les fascina que le sirvan la comida con formas divertidas), esto era increíble y obvio al mismo tiempo... nunca nos habían servido una sandía de ese modo, pero ¡dah!, ¿cómo no iba a haber una sandía en forma de corazón en la casa de la genio que reinvento los corazones?... es como entrar a casa de Dalí y encontrar un frasco de gel antigravedad para bigotes junto a una bolsa de comida para osos hormigueros... sorprendente pero obvio. Este detalle nos hizo la tarde y no exageramos al decir que pasamos el resto del día con una sonrisa de oreja a oreja gracias a esta graciosa ensalada de frutas.

Pasado el alboroto por la sandía hicimos una exquisita sobremesa con un “guayoyito” (café negro pasado) y más charla multicolor. Todo resulto genial. La "finura" se mantuvo el tiempo necesario. Al final terminamos comiendo como todos los que adoran comer: ¡con entusiasmo! Esto en gran parte se debió a que esta gente es genial y nos alegra decir que a pesar todo su éxito y títulos nobiliarios llevan la sencillez de la felicidad muy bien puesta y te hacen sentir bienvenido siempre con una sincera y educada sonrisa acompañada de un sutil paroxismo intelectual. La otra gran parte fue que la comida estaba deliciosa gracias a un detallito sensacional: que las manos que prepararon este exquisito almuerzo pueden alardear orgullosamente de haber amasado arepas, rellenado empanadas y amarrado hallacas con pabilo (sí, la cocinera era una lindísima señora venezolana con una sazón de abuelita).

Después de todo el jaleo nos dimos cuenta que el reloj avanzaba y aun teníamos trabajo pendiente, así que después de un par de fotos relámpago y de dar gracias por la comida nos marchamos “a la chamba” pletóricos y aún algo incrédulos de haber podido disfrutar de esta genial y nutritiva experiencia. Y ahora es que faltan, porque recién llegamos a España y quedan un montón de cosas por hacer.

Ojalá regresemos más temprano que tarde y disfrutemos de nuevo de ese extraordinario día en el que comimos colores =)

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